Hoy, 21 de marzo, es el Día Internacional contra la Discriminación Racial o Día contra el Racismo y la Xenofobia, y como todos los años, ayer lo celebramos en la XXV. MARTXA ANTIRRACISTA de Gipuzkoa. Organizada por SOS Racismo junto a MedicusMundi Gipuzkoa y la Coordinadora de ONGD de Euskadi, la marcha partió de Trintxerpe hacia Donostia con la participación de más de 700 personas y 57 organizaciones, sindicatos y movimientos sociales.
La frontera de cuarenta metros
Visto desde el espacio, desde más allá de nuestro sistema solar, nuestro planeta es una mota de polvo insignificante, apenas un punto en la inmensidad de la galaxia. Y sin embargo, una parte de sus pequeños seres vivos se empeñan en dividir en trozos aún más diminutos la esfera que habitan. ¿Cuál es el motivo? ¿Para qué lo hacen? Pareciera que esa parte de seres vivos son algo absurdo. Una anomalía en el ordenado caos del universo.
Si acercamos nuestra atención a esta extraña realidad, observamos que además, esos trozos de planeta dividido con fronteras artificiales responden a intereses que tienen muchos años de historia. Divisiones provocadas por pasados de dominación, de esclavitud de robo y matanzas.
Los de ahora son tiempos en lo que una enfermedad provocada por un virus ha agitado aún más este planeta y han salido a la luz realidades que antes se ocultaban con festejos y fuegos de artificio. El planeta está herido también por fronteras. Fronteras que encarcelan a sus habitantes a la realidad que la suerte le haya tocado. Si alguien quiere cambiar esa suerte se topará con innumerables penalidades. Con desiertos que atravesar. Con mafias a las que sobornar. Con negativas en las aduanas y consulados. Con trayectos imposibles. Con violencia, con hambre, abusos, desazón, alambradas y abandono.
Para algunas personas, atravesar una frontera terrestre es más difícil que ver la tierra desde más allá de la atmósfera. Todo se pone en contra. Todo lo colocan en contra los dueños de esos trozos de tierra dividida por intereses y odio.
Aquí, dentro del norte rico, 40 metros se han convertido en un nuevo abismo entre el norte y el sur. Cuarenta metros de orilla a orilla en el Bidasoa. Aquí, en la frontera que vio salir a sus hijos e hijas por el puente de Santiago casi un siglo atrás escapando del fascismo, hoy huyendo de una guerra más global, jóvenes del continente africano se dan de bruces con el cerrojo y la ignominia de una Europa fortaleza dentro de sus propias fronteras. Y a veces con el peor de los muros, la indiferencia de algunas personas. Hay otras a las que sí les importa, las que sienten en lo más profundo tanta injusticia, las que les duele estas fronteras como heridas en su propia piel.
Cuando pasar una frontera se ha convertido en cuestión de supervivencia nada lo puede frenar. El cerrojo europeo causa más dolor y más muerte. Esa mota de polvo insignificante en la inmensidad de la galaxia reduce su tamaño ante los 40 metros de cerrazón y dolor.
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XXV. Marcha antirracista